domingo, 11 de octubre de 2009

La Chunguera

La Chunguera

Fernando Álvarez

(09/04/2004)

Un día me dirigía a la población de El Tocuyo, estado Lara. Al pasar por Quibor me percaté que mi vehículo necesitaba combustible, al preguntar dónde quedaba una estación de servicio a un lugareño, éste me indicó que al doblar en la próxima a la derecha me encontraría la “bomba Shell”. Me dirigí al sitio, una vez allí mi estómago me recordó que no había desayunado. Le pregunté al empleado de la estación que dónde podía comerme un buen desayuno y me dijo: “primo, na’guará, ¿Usted no ha comido allí en la chunguera? … allí se come… na’guará! buenísimo, ahora si usted quiere, al lado está la panadería, pero na’guará, en La Chunguera se come bastante y sabroso… hacen unas pastas que na’guará, primo pa’que le cuento…”

Me dirigí sin más reparos a La Chunguera, era un pequeño lugar con no más de cuatro mesas de madera, pero con un esplendido aire familiar. Al sentarme me percaté que todas las sillas eran de madera rústica, estaban hechas con ramas burdas, cada pata era una rama de un árbol, cada una con sus nudos y contornos particulares, no sé qué tipo de madera era, debido a que estaban bellamente teñidas de verde. Ese aspecto le daba al lugar un toque muy especial.

En la barra rústica estaba un señor con cara de extranjero y junto a él una pequeña, pero enérgica mujer, quien de inmediato exclamó: (al hombre a su lado) “Carlanga llegó un cliente” y dirigiéndose a mi me dio con voz moderada: “¿señor qué desea… va a comer? Yo le respondí que quería comer algo sabroso, inmediatamente Carlanga me trajo la carta y me advirtió que las pastas se servían a partir de las 11 am, al igual que las otras cosas que estaban en la carta, que sólo había lo que estaba en la lista de desayunos.

Bueno, entonces sólo pediré desayuno, respondí

Vamos a ver…. Huevos a la italiana, Huevos a la tocuyana, Huevos a la quiboreña, Huevos a la francesa, Huevos a la campesina, Huevos a la marinera, Huevos a la americana, Huevos revueltos Huevos espericados… ¡Corcholis puros huevos! Exclamé.

Lo que pasa señor, lo que… ¡na’guará!, aquí en este pueblo además de cebollas, se produce huevos, na’guará, por trancazos, dijo Carlanga

¿Y cómo es eso de huevos a la italiana? Pregunté

Bueno… dijo Carlanga. Los huevos a la italiana son con ruedas de tomates maduros, sal, pimienta y albahaca; Los huevos a la campesina son con tomate y cebolla y un toque de orégano; Los huevos a la tocuyana son con ají chirel y queso de cabra; Los huevos a la quiboreña son con cebolla sofritas en mantequilla, ajo y un toque de queso de cabra fresco; Los huevos a la marinera son con atún o sardina, según el gusto del cliente; los huevos a la francesa son los llamados omellete; y a la americana son con tocino…. ¿Cuál va a querer usted señor? (remató Carlanga)

Bueno … tráigame los huevos a la quiboreña, le respondí

¿Con una o dos yemas? Añadió Carlanga

¿Cuál es la diferencia? Pregunté

Con dos son quinientos bolos más (talonario en mano)

Bueno hombre, está bien, que sea con dos yemas…

¿Qué quiere tomar el señor? Hay papelón con limón, carato e’piña, chicha de arroz, avena, parchita, tamarindo, fresa y mora, ¡ah! Y jugo de naranja natural y café

Este…. Tráeme un café con leche, le dije

¡Huevos a la quiboreñaaaa y café con lecheeee! Exclamó en voz alta Carlanga

La mujer quien está con una niña hermosa de cabellos rubios le responde: ¡Apúrate pues, no ves que le estoy dando el desayuno a la Carita!

Carlanga se apresura y dice: “Bueno ya voy”…

Jurunga por aquí, jurunga por allá y exclama: ¿Dónde está la sartén pequeña?, la mujer le responde: ¡No sé, a mi no me preguntes!... el último que cocinó fue tu papá y el Chiqui.

¡Aquí está! Dijo Carlanga, “No lo dejen debajo del fregador”

¡No me lo digas a mí! Respondió la mujer

Carlanga enciende la lumbre y comienza a cocinar cantando (o mejor dicho silbando) una tonada desconocida para mí, pero muy alegre.

En ese momento llegan al local un joven y un viejo

¡Épale ma, épale pa! Dice el muchacho. La mujer responde: “Hola… ¿Cómo está señor Amado, cómo le fue?

Bien, na´guará, responde el muchacho, encontramos de todo, lo único, na’guará, que no encontramos fue la pulpa de durazno, pero el señor nos dijo que la próxima semana llega. Ambos, joven y viejo, bolsas en mano, entraron hasta la cocina.

¿Señor Amado me trajo lo que le pedí? Pregunta la mujer

¡No!, responde el viejo “no pasé por el centro comercial, se me hacía tarde” ¿Y eso no lo venden aquí? Preguntó el viejo

¡Si!, responde el muchacho

¡No!, replica la mamá, ¡Eso no lo venden aquí!... ¡Chiqui, no te metas en la conversación! Añadió

Ahhhh… verdad abuelo, eso solo lo venden en el centro comercial, repara el muchacho.

Café grande para el señor!!! Interrumpe Carlanga.

El Chiqui toma la taza y una cesta que contiene un juego de cubiertos y dos arepas humeantes, junto a una copita de natilla de leche, lo coloca en mi mesa y me advierte: “!Cuidado que está caliente, mi papá tiene la costumbre de calentar el café muchísimo, aún cuando él toma el café frío. Yo no sé a que se debe eso, pero a mi papá y mis tíos: Nano y Vicki lo toman frío, a mi también me gusta frío, pero a mi mamá no, ella se molesta cada vez que le sirven un café tibio ó frío, pero a veces le da el tetero frío a mi hermanita, pero ella no se queja se lo toma y ya.

¡Chiqui!!!

¡Dime , abuelo..!

¡Ven para acá!

Si, ya voy…

El abuelo lo esperaba en la barra con los huevos a la Quiboreña, los cuales impregnaban todo el local con un sutil aroma que despertaba el apetito.

El chico me sirvió mi desayuno y me deseo buen apetito, le di las gracias y degusté los mejores huevos de mi vida.

Luego de comer todo y “limpiar” lo que quedaba en el plato con el último pedazo de arepa, me ofrecieron un vaso de carato de piña… “por la casa”, (dijo Carlanga).

Me paré de la mesa y felicite a Carlanga, a su mujer, al abuelo y al Chiqui por la comida y les desee mucha suerte.

El abuelo se apresuró a decirme: “ Al mediodía pase a comer, aquí tenemos las mejores pastas de todo Quibor, además tenemos al “negro” que era el chef ejecutivo del Tornillo, pero le pagaba mal y no le daba sus beneficios de ley y yo le dije ¿Por qué estás allá?, sin más ni más te vienes, aquí te pagamos lo mismo más las prestaciones y el tipo aceptó, mi vale, eso sin contar que mi hijo Vicky, él hizo un curso de cocina en un instituto famoso en caracas, pero ahora es “diyei” y tiene una carajita que es una maravilla, al igual que mi nieta la cara e’corcho, que está en Chile con su mamá, esa niña es larga y grandota, allá le va de maravilla…

¡Abuelo!!!! Deja que el señor se tiene que ir, na’guará abuelo, si te sigue oyendo habrá que brindarle el almuerzo. (dijo el chiqui)

Pregunté como se iba al Tocuyo y muy amablemente me explicaron que cruzara todo el pueblo y tomara la carretera, que no había pérdida, que en treinta minutos estaba allá.

Me despedí y les prometí que volvería para probar las famosas pastas que allí servían.

FIN