Durante toda mi vida he escuchado
que Marcos Pérez Jiménez fue derrocado por el pueblo el 23 de enero de 1958,
pero luego de 55 años de este evento, que marcó un hito en la historia política
de Venezuela, se replica por los medios que el dictador fue “destituido”.
La diferencia entre las dos
palabras es grande y cambia el concepto que se maneja hasta ahora. Un
derrocamiento evoca a movimientos civico-militares y populares para lograr la hazaña
de vencer al poder establecido, mientras que la destitución hace referencia
a la decisión del poder en ejercicio de quitar de su puesto a un subordinado,
negando así la participación del pueblo en este suceso político del país, dándole
el protagonismo a grupos como: la iglesia, Fedecámaras o el alto mando militar.
Nos dijeron por años que “el
pueblo salió a la calle y derrocó al dictador”, pero ahora como que esa idea no
es muy buena y hay que darle “un pequeño giro”.
No me extrañaría para nada que, a
través de los medios, se monte una matriz que diga que gracias a las élites del
poder se logró “destituir” a Marcos Pérez Jiménez, con la intención repetir en
Venezuela una acción como la ocurrida en Honduras o Paraguay, donde desde los
grupos poderosos “destituyeron” a sus presidentes, saltándose a la torera sus
respectivas constituciones.
No faltará quien me tilde de “paranoico”
o exagerado, pero nadie pensó que a Mel o a Lugo lo pudieran sacar del juego
con un ardid tan “tirado de los pelos”.
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